Avanzo por el camino que se adentra en la montaña. Mientras sigo subiendo, veo cómo el sol se pone rojo y se va colocando tras la última cima. Falta poco, pero la oscuridad lo va a invadir todo en mitad del trayecto. Cuando llegue, el hotel estará sumergido en plena noche y los árboles se inclinarán sobre la ruta como sombras amenazantes que querrán engullir el auto que manejo.
Mis pensamientos comienzan a divagar. Las luces sobre el asfalto me hipnotizan y los recuerdos aparecen sin que sean solicitados. Veo la playa con su arena mojada por las olas que se lanzan sobre la costa. Puedo sentir mis pies que ingresan en el agua fría que avanza sobre la piel de mis piernas y luego de mis muslos. Cada ola que aparece son centímetros de mi cuerpo comidos por el líquido acuoso y mi inconsciente sigue internándose en el océano que tanto teme.
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