Sólo nada el nadador, porque nunca nada el suicida.
Sol o nada es su elección en el océano de seres.
O sea, no quiere ser ese que es.

lunes, 27 de abril de 2009

Sin aire para respirar

Todo comenzó como en el libro de Stephen King, incluso un cuervo revoloteaba esa mañana en mi ventana. Me levanté igual que todos los días para ponerme a trabajar. El noticiero anunciaba un otoño caluroso. Habían asesinado a un policía apodado Paco y un nuevo candidato surgía para las próximas elecciones. Lo único real de las noticias era el servicio meteorológico y hasta ahí nomás, porque también era manipulado para hablar del recalentamiento global y mostrar una imagen vegetariana del grupo corporativo. Apagué el televisor y me puse a trabajar.

Cuando mi estómago comenzó a protestar, me di cuenta de que había pasado el mediodía. Me extrañó no escuchar el desfile de autos, los gritos de los chicos al salir de la escuela y las bocinas impacientes ante el colectivo parado a mitad de la calle con una columna kilométrica esperando subir. Tal vez era feriado, o bien, había huelga de maestros otra vez.

Me preparé mi almuerzo y prendí la televisión. En vez de mi serie preferida aparecía en la pantalla una periodista con barbijo, que hablaba de un aire contaminado. Se solicitaba a la gente que permaneciera en su casa. Más allá del miedo y de la presencia de un peligro mortal, la desinformación era absoluta. No se sabía, no se hablaba, no se hacía nada.

Desde ese día estoy en mi casa y no puedo salir. El último pedazo de comida lo consumí hace una semana. Quizás mañana cuando empiece a sentir que mi debilidad ya no me deja razonar, corte mi brazo izquierdo y lo cocine con un poco de yerba mate, aunque no sé si voy a tener la fuerza suficiente para presionar la cuchilla.

martes, 21 de abril de 2009

Llorando

Es difícil una declaración de debilidad.
Estoy llorona.
Ya no son las lágrimas por la identificación con algún personaje de película (La fuerza del cariño, tal vez) ni tan siquiera por algún recuerdo inesperado (la confianza en alguien ajeno a mí).
Yo frente al espejo y los ojos húmedos, la cara roja... sin nada más que mi alma vestida de un cuerpo desnudo.
Lloro de la bronca, porque me siento indefensa. Me rebelo al ver caer las escamas que formaban un centro seguro y desierto.
Lloro sola y por mí: para verme partir en un barco de papel hacia esos lugares que siempre mantuve lejos.
Tiendo mi ser sobre la cubierta, mientras mi piel recibe el placer que llena cada poro de luz. Navego a la deriva, sin control de mi mente.

jueves, 16 de abril de 2009

Formas alternativas


Era una culebra negra sin matices que vivía dormida, mientras me mordía la cola. La cueva era cálida y oscura, por lo que me permitía mantenerme en un estado de aletargamiento. Pero otras víboras invadieron mi espacio y mi sopor se descontroló. Fui mordida centenares de veces y el veneno caló entre mis escamas, se inyectó en mi bronca de estar fuera del lugar familiar, que ya no existía. Salí hacia la luz que me cegó, pero conseguí ver lo que la oscuridad me ocultaba: el nido de víboras. Pedazos de mi piel fueron cayendo hacia mis costados a medida que avanzaba con mi vientre sensible sobre la roca caliente. De repente me erguí y sentí el líquido tóxico llenando mis dientes. Era tal la concentración acumulada que sabía que la víctima frente a mí iba a morir en pocos segundos.

jueves, 2 de abril de 2009

Quizás alguien más

Éste es un escrito que hice cuando tenía 15 años. Siempre estuvo dedicado a nuestros soldados que lucharon en las islas Malvinas, a los que volvieron y a los que se quedaron. Hoy quiero recordarlos como siempre. Es un texto simple, pero con mucho sentimiento.
(En cuanto pueda subir el video, voy a agregar la representación de este texto que hizo mi primo Mariano Aquino hace años en el Yo sé de Feliz Domingo, donde ganó el viaje a Bariloche).

Caminar, caminar, avanzando por ese llano, siempre hacia adelante, con la frente en alto, pero el pecho oprimido, la mente en nubes y el cuerpo en terremoto.
No quiero estar acá, quisiera correr, irme muy lejos, donde mi cuerpo y mi alma estuvieran en paz.
¿Dónde está el mundo? ¿dónde se escapó? Se escondió en sus grandes ciudades de piedra, las ventanas bien cerradas y muros muy gruesos para no oír.
Pero acá estoy yo; sin embargo sigo, aunque no quiero. ¿Para dónde voy? No lo sé, no lo quiero saber. Sólo quiero al final vivir.
De pronto esas aves luminosas surcando el cielo y esa lluvia horizontal que nadie conocía. Unas manos me tiraron al suelo bruscamente. Mi cara se cubrió de barro y creo que al mismo tiempo todos mis sentimientos. Mis lágrimas se juntaron con el barro. ¿Qué es la vida?
En la negrura los pasos no se oían, sólo uno que otro ruido hasta que de vuelta comenzaba todo. Un pájaro luminoso aterrizó, lanzó un grito y un silbido lo siguió; estaba quizás cantando. Minutos después alguien se cayó delante de mí, su pecho con rosas rojas y entre ellas algo extraño que obstruía su belleza.
¡No, no, no puede ser! ¡No tiene que ser! ¡No! Lloré, lloré y quizás haya limpiado de suciedad la tierra. Solté gritos guturales y me tiré de rodillas con la cabeza gacha.
El mundo era culpable y se lavaba las manos. Siempre lo hizo, total uno o más muertos no tiene importancia. Nada ha pasado.
Amanecía. Algo bueno debía de traer el sol, pero el camino era el mismo. No, no había acertado. En el horizonte venían las fieras mostrando sus garras. Mi vida. Vivir. Rodé sobre el barro, lo hice mil veces y me quedé quieto. Las fieras pasaron, quedé sin aliento, no me habían notado. Al no escuchar más los rugidos, me levanté.
Mi cara se encontró con otra, igual a la mía, los dos dispuestos en posición de ataque, las armas apuntando, el miedo en nuestros ojos, la vida en nuestra esperanza. Era mi hermano. Era yo. Era el mundo.
Somos títeres, títeres que manejan esos gigantes bien a salvo, casi en la inmortalidad, que nos manejan, que nos matan a todos, unos de cuerpo, otros de alma, pero todos al fin muertos.