Éste es un escrito que hice cuando tenía 15 años. Siempre estuvo dedicado a nuestros soldados que lucharon en las islas Malvinas, a los que volvieron y a los que se quedaron. Hoy quiero recordarlos como siempre. Es un texto simple, pero con mucho sentimiento.
(En cuanto pueda subir el video, voy a agregar la representación de este texto que hizo mi primo Mariano Aquino hace años en el Yo sé de Feliz Domingo, donde ganó el viaje a Bariloche).
Caminar, caminar, avanzando por ese llano, siempre hacia adelante, con la frente en alto, pero el pecho oprimido, la mente en nubes y el cuerpo en terremoto.
No quiero estar acá, quisiera correr, irme muy lejos, donde mi cuerpo y mi alma estuvieran en paz.
¿Dónde está el mundo? ¿dónde se escapó? Se escondió en sus grandes ciudades de piedra, las ventanas bien cerradas y muros muy gruesos para no oír.
Pero acá estoy yo; sin embargo sigo, aunque no quiero. ¿Para dónde voy? No lo sé, no lo quiero saber. Sólo quiero al final vivir.
De pronto esas aves luminosas surcando el cielo y esa lluvia horizontal que nadie conocía. Unas manos me tiraron al suelo bruscamente. Mi cara se cubrió de barro y creo que al mismo tiempo todos mis sentimientos. Mis lágrimas se juntaron con el barro. ¿Qué es la vida?
En la negrura los pasos no se oían, sólo uno que otro ruido hasta que de vuelta comenzaba todo. Un pájaro luminoso aterrizó, lanzó un grito y un silbido lo siguió; estaba quizás cantando. Minutos después alguien se cayó delante de mí, su pecho con rosas rojas y entre ellas algo extraño que obstruía su belleza.
¡No, no, no puede ser! ¡No tiene que ser! ¡No! Lloré, lloré y quizás haya limpiado de suciedad la tierra. Solté gritos guturales y me tiré de rodillas con la cabeza gacha.
El mundo era culpable y se lavaba las manos. Siempre lo hizo, total uno o más muertos no tiene importancia. Nada ha pasado.
Amanecía. Algo bueno debía de traer el sol, pero el camino era el mismo. No, no había acertado. En el horizonte venían las fieras mostrando sus garras. Mi vida. Vivir. Rodé sobre el barro, lo hice mil veces y me quedé quieto. Las fieras pasaron, quedé sin aliento, no me habían notado. Al no escuchar más los rugidos, me levanté.
Mi cara se encontró con otra, igual a la mía, los dos dispuestos en posición de ataque, las armas apuntando, el miedo en nuestros ojos, la vida en nuestra esperanza. Era mi hermano. Era yo. Era el mundo.
Somos títeres, títeres que manejan esos gigantes bien a salvo, casi en la inmortalidad, que nos manejan, que nos matan a todos, unos de cuerpo, otros de alma, pero todos al fin muertos.
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