Sólo nada el nadador, porque nunca nada el suicida.
Sol o nada es su elección en el océano de seres.
O sea, no quiere ser ese que es.

viernes, 31 de octubre de 2008

Moda, chicos y películas de terror

El otro día fui a comprar algo a Unicenter. En líneas generales, mis recorridas por el shopping son rápidas, fugaces y lineales. Yendo directo al negocio que quería, miraba las vidrieras que pasaban raudas a mis costados. De golpe me encontré con una casa de ropa para chicos que mostraban sus diseños en unos bebés de juguete, que no eran como los angelitos de mi infancia, ni siquiera eran gremlins. Eran una mezcla de éstos con ET. Bueno, hasta ahí uno podía pensar que era lo único que tenían a mano, porque no creo que quieran presentar esa figura infantil como su imagen corporativa. Pero dos pasos más aparecían chicos más grandes convertidos en maniquíes. La asociación fue instantánea: "Hi, I'm Chucky. We're friends 'til the end." Miro el cartel del negocio: Cheeky. ¿Casualidad? I don't think so.

Sigo caminando y veo unos chicuelos esponjosos. Deformes y volados. El lugar era Juego de Pulgas. La oferta de marketing no estaba mal, pero igual mi imaginación me hizo reír mucho. Una de dos: o se habían fumado un porrito o se habían ahorcado. La blancura se la piel daba a pensar esta última opción, aunque la hinchazón que sufrían evidenciaba una muerte por sumersión.

Ya llegando a mi destino me tropiezo con nenes más normales, pero albinos. ¿Dónde? En un primer momento, pensé que se trata de un negocio de chicos. No, era Zara. Ya me imaginaba a centenares de mujeres que después de su jornada laboral en la oficina pasaban por Unicenter a comprarse una pollera para el día siguiente. Entraban al local, pero antes cuando observaran a esos niñitos dulces y blancos irían a suponer que combinaban muy bien con la colección de verano y volverían a sus casas pensando que mañana pedirían turno con el estilista para que tiñera las cabezas de sus hijos. De esa forma, ella podría salir por la calle en concordancia con la nueva imagen que, en realidad, es una versión aggiornada de El pueblo de los malditos.

Mientras caminaba, imaginaba todas estas desconexiones y me reía sola. ¡Qué idea tétrica tienen los negocios de moda con respecto a los chicos! Ni que fuera yo su asesora de imagen. Y trataba de captar el objetivo oculto de todo eso y de repente: Chucky, ahorcados y El pueblo de los malditos. Faltaban días para Halloween. Dentro de unas semanas, el shopping estará decorado para Navidad y los chicos tendrán cabeza de reno.

miércoles, 29 de octubre de 2008

Una noticia más


Las chicas estaban nerviosas, porque tenían la prueba de fin de año. Algunas tenían un cansancio mortal, porque habían estudiado toda la noche. Otras estaban absortas en su propia estética que habían expuesto en la fiesta de la noche anterior. Se habían divertido a mil.

Sin embargo, ninguna se percató de la ausencia de Yanina. No era normal que faltara al colegio, pero era lógico o posible que después de una fiesta como la de anoche no viniera. La habían visto tomando un trago de color azul, un vaso tras otro. También la habían visto riéndose a las carcajadas con un grupo de chicos. Pudieron verla bailar desenfrenadamente. Pero después ya ninguna podía siquiera acordarse de lo que había hecho cada una.

Mientras sus amigas estaban aburridas escuchando la clase de arte, el cuerpo de Yanina se encontraba semidesnudo sobre el piso de una casa abandonada y destruida. El artículo del diario era escueto: "Fue encontrado el cuerpo de la adolescente desaparecida con signos de haber sido violada reiteradamente".

jueves, 23 de octubre de 2008

Las prolongaciones del ser


Todavía siento el repiquetear de las campanas. Cada paso que doy es un golpe de metal en mi cabeza. No quiero pensar, pero el sonido me conduce a esos recuerdos que me gustarían que estuvieran sepultados como su cuerpo, el cual en estos precisos momentos está siendo devorado por los miles de microorganismos que devuelven el polvo a la tierra.

Los recuerdos me perturban y no son los mismos que acontecieron en su realidad. En vez de verla con toda su maldad expuesta, sus malas intenciones, su egoísmo, sus ganas de liquidación, no puedo dejar de imaginarla como una buena persona, que es una pena que ya no exista en el mundo. Se trata de la gloria de los muertos, una vez perdidos se convierten en nuestros grandes mártires y vuelvo mi cabeza con pesar, porque me siento una tonta, alguien que necesita disfrazar la verdad para continuar su existencia y cierro los ojos y las lágrimas caen, se deslizan, ruedan y siguen cayendo. No lloro por la perdida que ya no existe, por ese cuerpo en descomposición o por su espíritu evadido en el cosmos, lo hago por mí que transformo las verdades en mentiras y prefiero eso a tener que cargar con ese peso que es reconocer en el otro su podredumbre existencial.

El camino se hace largo y no logro relacionar la realidad. Veo la pared extensa del cementerio, pero no existe. Si hay una pared, no puedo tocarla, mi cerebro no la percibe y si en medio de ese automatismo se me ocurriera cruzarla, con seguridad la traspasaría como papel; en mi mente sólo hay un continuo fluir, donde la corporeidad de los objetos se desintegran en un continuum de pasado, presente y futuro, aunque bien sería decir que el futuro no existe, es un blanco que se extiende más allá de toda previsión. Fumaría un cigarrillo para reincorporar ese futuro en mi campo visual, pero el humo se elevaría a la atmósfera para escaparse una vez más de toda posibilidad de ser asido.

Siento el desgano que se proyecta por mi cuerpo. Llego al final y cruzo. No veo el colectivo que viene hacia mí, porque en mi desvarío no existen automotores o quizás la niebla del futuro lo mantiene oculto. La cuestión es que el empujón de alguien y la ráfaga a mi espalda provocan que me desmaye en el suelo sin fuerzas, sin conciencia, son voluntad.

martes, 21 de octubre de 2008

Es pequeño, peludo, suave


Podría comenzar diciendo: "Es pequeño, peludo, suave; tan blando por fuera, que se diría todo de algodón". Pero no es blanco como Platero, es su opuesto. Lo único que quiero es compartir la foto de... mi pareja felina. Y no estoy hablando zoofílicamente.

Cuando trabajo, se acuesta en el escritorio. Sí, tiene su lugar. A veces estoy concentrada en la pantalla y escucho un leve maullido; lo veo cabeza arriba (solamente la cabeza) y sus ojos de peluche. Ahí sé que quiere mimos. Lo acaricio y siento su ronroneo. Él sigue durmiendo, yo sigo trabajando. Pero a veces voy caminando y siento otro tipo de maullido, más largo, más grito de guerra. Cuando me doy vuelta, me encuentro con sus ojos de víbora y sé que me quiere atacar. Solamente hay dos métodos: o lo desarmo con mimos detrás de la oreja (para lo cual corro cierto peligro y lleva su tiempo) o debo defenderme con lo que encuentro a mano.

Cuando salgo del dpto. y alguna vecina se pone a charlar, a los minutos se escuchan sus alaridos detrás de la puerta y a la mañana es el primero que se levanta cuando se enciende el televisor, salvo claro está que sean las seis de la mañana y nos hayamos acostado muy tarde.

Es mi morrongo negro, tierno y agresivo. Es mi propia locura mimetizada en un felino.

lunes, 6 de octubre de 2008

El fin de la travesía


Después de haber recorrido un trecho sola, me encontré en medio de la nada. En realidad, el paisaje era avasallante. ¿Cómo explicar? La fuerza que generaba desabsorbía mis propios colores. Se me impregnaba la inmensidad en cada resquicio y su gravedad centrífuga me expandía en el silencio. Ya no era un pedazo de materia sostenido en un espacio y en un tiempo; era una energía sensitiva que abarcaba el páramo.


No me puse en contacto con mi ser interior ni con la fuerza suprema que uno debería encontrar en esos lugares. Simplemente creo que fue un paso más en una necesidad personal. Fue salir de la rutina y el encierro para contaminar mi vista y embriagar mis oídos.


Y sentí que volvía a recomponerme en una miríada de ensueños, de nostalgias, de escrituras incompletas, de pensamientos no dichos... para comprender que ahí estaba yo, sentada junto al río.