Sólo nada el nadador, porque nunca nada el suicida.
Sol o nada es su elección en el océano de seres.
O sea, no quiere ser ese que es.

miércoles, 9 de febrero de 2011

Ellos están afuera

Me volvieron a encontrar. No es imaginación mía. Estoy segura. Todavía no pude verlos, pero siento el movimiento imperceptible de sus extremidades. Sól falta escuchar el chillido, como una i corta, repetitiva y aguda.
No sé cómo hicieron, pero me ubicaron, como si fueran espías, agentes disfrazados o pequeños móviles controlados a distancia.
Son una amenaza oscura, que aletea en mi ventana, cuyos ojos de roedores reprimidos se convierten en ciegos peligrosos que llevan látigos cercenantes.

martes, 8 de febrero de 2011

Lo que no puedo decir

Hay diferentes clases de miedos y todos tenemos alguno especial que no podemos expresar, incluso somos incapaces de asumirlo interiormente.
El cuchillo que cercena nuestra cabeza que cae con ímpetu sobre el suelo. Imagen poderosa que ronda nuestra mente. Genera una sensación de asco, pero no apela a eso que escondemos.
Los miedos más fuertes son aquellos relacionados a eventos cotidianos. ¿Qué es lo que no digo?
Un hotel lleno de espectros, un océano sin fondo y oscuro, una caída abismal, un desconocido que me ataca... la sombra de la guadaña que se refleja frente a mis pasos.
Insisto... ¿cuál es mi miedo? ¿soy capaz de mirarme al espejo y enunciarlo sin titubeos?
Puedo observar mis ojos reflejados, ver la mirada espectante, la boca que se entreabre, un leve sonido que parece que comienza a surgir y la nada se materializa en el aire evaporado. Es demasiado el poder que puedo otorgar al nombrarlo.

lunes, 7 de febrero de 2011

La insensibilidad absoluta

Puedo sentir que mi cuerpo se desintegra ante cada tacto. Es una piedra fría, sin sentidos. Se convierte en polvo.
Puedo pensar en desactivar mis emociones. Las ideas mudas en una boca muerta. El pulso convertido en una línea mortal.
Puedo inducir mi juego estratégico de torsos rebeldes e inadaptados, de rojos furiosos y olores purulentos.
Puedo gritar mi inexistencia a través del fluir de los sentidos y volverme una convulsión efímera de falsas creencias incorporadas en una infancia plagada de aullidos terroríficos.
Puedo creer que existo mientras mis células se integran al suelo ficticio.

miércoles, 2 de febrero de 2011

Una noche en el monte Calvo

Avanzo por el camino que se adentra en la montaña. Mientras sigo subiendo, veo cómo el sol se pone rojo y se va colocando tras la última cima. Falta poco, pero la oscuridad lo va a invadir todo en mitad del trayecto. Cuando llegue, el hotel estará sumergido en plena noche y los árboles se inclinarán sobre la ruta como sombras amenazantes que querrán engullir el auto que manejo.
Mis pensamientos comienzan a divagar. Las luces sobre el asfalto me hipnotizan y los recuerdos aparecen sin que sean solicitados. Veo la playa con su arena mojada por las olas que se lanzan sobre la costa. Puedo sentir mis pies que ingresan en el agua fría que avanza sobre la piel de mis piernas y luego de mis muslos. Cada ola que aparece son centímetros de mi cuerpo comidos por el líquido acuoso y mi inconsciente sigue internándose en el océano que tanto teme.