Sólo nada el nadador, porque nunca nada el suicida.
Sol o nada es su elección en el océano de seres.
O sea, no quiere ser ese que es.

sábado, 23 de octubre de 2010

Ella y su muñeca

La llevaba de la mano a caminar por la vereda. Se sentaban juntas en el escalón de entrada. La mecía en sus brazos para que dejara de llorar. Era su pequeña hija de ojazos satinados.
A veces a la noche la veía en la silla, que la miraba con las pupilas grandes. Era su ángel de la guarda que la cuidaba mientras dormía.
Un día jugando en la plaza, se enojó y la tiró contra un árbol. En seguida fue a levantarla y trató de arreglarla. Estaba un poco sucia y un rayón cruzaba su mejilla derecha.
Esa noche no quiso mirarla antes de dormirse, podía percibir de reojo la mirada dura y fría. Durante el sueño tuvo la sensación de que le faltaba el aire, como si algo le succionara su espíritu. Cuando se despertó a la mañana siguiente, comprobó que estaba en la silla de su escritorio y que no podía moverse.

sábado, 2 de octubre de 2010

Amor ahogado

Pensó que el amor no existía. Siempre creyó que ese sentimiento era una expresión de un acto físico. El sentirse penetrada era una invasión que permitía, para incorporar al otro. Sólo se trataba de un control, sobre todo de sus emociones. Gemía y se distendía de placer sin entregar una gota de alma. Durante todo el proceso, era ella la que existía.
Y ahora su vagina se abría sin ser tocada. Los susurros del viento hacían que se inundara su río interior y que fluyera hacia afuera en un afluente sobre sus nalgas, mientras una electricidad se descargaba sobre su piel. Seguía siendo una manifestación corporal, que aturdía su cabeza.