Pensó que el amor no existía. Siempre creyó que ese sentimiento era una expresión de un acto físico. El sentirse penetrada era una invasión que permitía, para incorporar al otro. Sólo se trataba de un control, sobre todo de sus emociones. Gemía y se distendía de placer sin entregar una gota de alma. Durante todo el proceso, era ella la que existía.
Y ahora su vagina se abría sin ser tocada. Los susurros del viento hacían que se inundara su río interior y que fluyera hacia afuera en un afluente sobre sus nalgas, mientras una electricidad se descargaba sobre su piel. Seguía siendo una manifestación corporal, que aturdía su cabeza.
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