Sólo nada el nadador, porque nunca nada el suicida.
Sol o nada es su elección en el océano de seres.
O sea, no quiere ser ese que es.

viernes, 31 de julio de 2009

Sangre sobre la arena


Calma. Acostada sobre la arena escucho el retumbar de las olas, mientras ráfagas inciertas fustigan la superficie candente de mi cuerpo. Cada inspiración es un sorbo de azul que hiende mis tejidos como un veneno que recorre mi órganos y los cristaliza.

Siento mis latidos punzantes, junto a los suyos, un poco desacompasados. Puedo percibir el hálito vital que recorre sus venas y me embriaga. Fluyo por esa corriente que me invade y es como si entrara en su cuerpo. Me deslizo sin pausa, imperceptiblemente para adueñarme de cada pensamiento fugitivo. Pienso a través de sus propios hematíes y me expando como un cáncer por todo el organismo.

Dejo descansar mi mano sobre su torso y entierro mis uñas para traspasar sus músculos y desgarrar un sabroso pedazo de carne fresca.

jueves, 30 de julio de 2009

Suavidad en la arena


Calma. Es como si estuviera acostada sobre la arena escuchando el retumbar de las olas, mientras ráfagas inconstantes rozan la superficie de mi cuerpo. En cada respiración puedo percibir cómo el azul penetra en mis tejidos y me llena, me hipnotiza, me adormece.

Siento mis latidos, junto a los suyos, un poco desacompasados, pero formando un dúo de ritmo vital. Me dejo fluir por esa corriente que me tranquiliza y es como si entrara en su cuerpo. Me deslizo sin pausa, imperceptiblemente para recuperar mi esencia en cada pensamiento ajeno.

Dejo descansar mi mano sobre su torso hasta que otras manos se entrelazan entre mis dedos.

miércoles, 22 de julio de 2009

La sibila

Siento que sobre mi piel unas cosquillas nimeas comienzan a abrasar mis capas internas y mi mente se acelera para descomponerse en millones de imágenes que se entreveran para formar un sólido cuerpo humano.
Las sensaciones se difunden por mi epidermis que se extiende como un manto hacia el exterior, donde penetra el aire que la rodea.
Se expande, se difunde y se contrae súbitamente para estallar en partículas volátiles que inflaman los ojos de los otros, mientras el mar cubre con su silencio la agitación de mi respiración profética.

sábado, 18 de julio de 2009

En la noche

Son las cuatro de la mañana; no puedo dormir.
Mientras dormía, estaba soñando que alguien me perseguía. Sentía bombear mi corazón a mil por hora dentro de mi pecho; por un lado, podía percibir que era producto de un miedo aterrador y, por el otro, también de una excitación sensual que invadía mi cuerpo.
De repente el camino se convirtió en mi habitación y yo estaba acostada en mi cama, pero mi agitación seguía a un ritmo acelerado. Tendida boca arriba tardé minutos en calmarme y por eso ahora estoy acá en la computadora escribiendo. Necesito despejar un poco la mente y borrar las sensaciones de mi pesadilla.
Sin embargo, comienzo a sentir cierta inquietud que no puedo precisar. Miro hacia la ventana que tengo al costado. En la oscuridad de la noche, me cuesta percibir el exterior. No quiero mirar, pero mis ojos no pueden apartarse. Sé que hay algo ahí afuera que me está esperando.

sábado, 11 de julio de 2009

Mi nombre es Dido

Soy la reina de Cartago. Tengo a mi pueblo a los pies y las tropas obedecen mi voz al instante. Los hombres tiemblan ante mi presencia y las mujeres se inclinan con admiración. Cuando mis pies descalzos se deslizan por la sala, el silencio invade cada resquicio y todos están a la espera de mis órdenes. Junto al trono, hay una espada que empuño con mano firme para establecer mi propia justicia. Soy dueña de la sangre que se derrama sobre mi suelo.
Y ahora mi mente no tiene fuerza para pensar; se sumerge en un torbellino de placer y delirio. El hombre me ha quitado el control de mí misma y sólo me interesa impregnar de sensualidad mi piel. Cuando entra a mi cámara, siento el hormigueo que se va extendiendo desde los pies hasta erizar mis pezones. No consigo dominar el impulso de sentarme sobre su miembro ya erecto y apoderarme de todo su fluido vital.

jueves, 9 de julio de 2009

La cueva en mis palmas


Extiendo mis manos hacia la pared. Están frías y están solas. Pero cuando toco esas otras no logro percibir ni la presencia ni el tiempo. Son impresiones antiguas, que recuerdan otras manos heladas, que parecen tener escarchas en sus dedos y que impregnan la piel de un sabor intenso que se desparrama entra sacudidas flagelantes.

Observo mi palma desde una distancia atroz y la pintura roja me obnubila, mis párpados ya no tienen fuerza, mis labios no pueden moverse y el silbo del viento obtura mis oídos. Pierdo consistencia y la muralla de piedra deja mi imagen en la superficie.