Cuando lo encararon en la calle, supo que la bala de goma no había sido accidental. Fue una advertencia. Y eso lo envalentó más.
Logra escuchar los gritos del pueblo que llegan del exterior desde que se asomó a la ventana y dijo: ¡Tengan cojones y carguen con un magnicidio! Con la camisa desabrochada se sentó en el sillón presidencial y esperó. Sigue esperando, mientras escucha el griterío, la balacera, los golpes... Sigue sentado al imaginarse los cuerpos civiles en el suelo, la sangre...
Se sobresalta con la puerta que se abre de golpe, pero mantiene la postura. Como presidente o como cadáver.
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