Lo había soñado cada noche durante un año. Conocía todos los detalles de su cuerpo, pero nunca adivinó su vestimenta. A pesar de la bruma, podía captar la armadura azul que lo envolvía para protegerlo de las filosas espadas, que como espinas horadarían su piel.
Era un guerrero, exactamente como ella. Por eso ninguno de los dos estaba dispuesto a ceder; lo vio en su mirada, y por sus gestos comprendió que se sentía al descubierto; el enfrentamiento era inminente.
Mientras se acercaba, supo que sus brazos no iban a poder contener el ataque y que en algún momento tendría que enterrar su daga roja en la tierra.
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