Era un guerrero, exactamente como ella. Por eso ninguno de los dos estaba dispuesto a ceder; lo vio en su mirada, y por sus gestos comprendió que se sentía al descubierto; el enfrentamiento era inminente.
Mientras se acercaba, supo que sus brazos no iban a poder contener el ataque y que en algún momento tendría que enterrar su daga roja en la tierra.

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