Estaba sentada en su palacio, donde gatos de todo tipo y pelaje retozaban, jugaban o solamente corrían; parecía que había un ejemplar de cada felino que hubiese existido. Mientras los contemplaba sonriente, con una sonrisa a media asta, pensó que ya era tiempo de levantar sus velos que se deslizaban sobre el diván.
Se miró al espejo y su imagen reflejada le gustó. Tan sólo al pensar que los rayos de sol alcanzarían su piel sintió un cosquilleo que le iba ardiendo desde el fondo de su entraña. No pudo contener sus movimientos y se restregó como un minino; así salió a la calle, totalmente enhiesta.
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