Todo comenzó como en el libro de Stephen King, incluso un cuervo revoloteaba esa mañana en mi ventana. Me levanté igual que todos los días para ponerme a trabajar. El noticiero anunciaba un otoño caluroso. Habían asesinado a un policía apodado Paco y un nuevo candidato surgía para las próximas elecciones. Lo único real de las noticias era el servicio meteorológico y hasta ahí nomás, porque también era manipulado para hablar del recalentamiento global y mostrar una imagen vegetariana del grupo corporativo. Apagué el televisor y me puse a trabajar.Cuando mi estómago comenzó a protestar, me di cuenta de que había pasado el mediodía. Me extrañó no escuchar el desfile de autos, los gritos de los chicos al salir de la escuela y las bocinas impacientes ante el colectivo parado a mitad de la calle con una columna kilométrica esperando subir. Tal vez era feriado, o bien, había huelga de maestros otra vez.
Me preparé mi almuerzo y prendí la televisión. En vez de mi serie preferida aparecía en la pantalla una periodista con barbijo, que hablaba de un aire contaminado. Se solicitaba a la gente que permaneciera en su casa. Más allá del miedo y de la presencia de un peligro mortal, la desinformación era absoluta. No se sabía, no se hablaba, no se hacía nada.
Desde ese día estoy en mi casa y no puedo salir. El último pedazo de comida lo consumí hace una semana. Quizás mañana cuando empiece a sentir que mi debilidad ya no me deja razonar, corte mi brazo izquierdo y lo cocine con un poco de yerba mate, aunque no sé si voy a tener la fuerza suficiente para presionar la cuchilla.


