Calma. Acostada sobre la arena escucho el retumbar de las olas, mientras ráfagas inciertas fustigan la superficie candente de mi cuerpo. Cada inspiración es un sorbo de azul que hiende mis tejidos como un veneno que recorre mi órganos y los cristaliza.
Siento mis latidos punzantes, junto a los suyos, un poco desacompasados. Puedo percibir el hálito vital que recorre sus venas y me embriaga. Fluyo por esa corriente que me invade y es como si entrara en su cuerpo. Me deslizo sin pausa, imperceptiblemente para adueñarme de cada pensamiento fugitivo. Pienso a través de sus propios hematíes y me expando como un cáncer por todo el organismo.
Dejo descansar mi mano sobre su torso y entierro mis uñas para traspasar sus músculos y desgarrar un sabroso pedazo de carne fresca.