Se sienta junto a la ventana para ver los pájaros que pasan volando. Los observa y se agazapa; nunca estuvo cerca de ninguno, pero su instinto le dice lo que tiene que hacer.
Pasa horas durmiendo y lo único que cambia es el lugar o la posición. A la mañana es en la cama, a media mañana está sobre el escritorio al lado de la computadora, a la tarde se acuesta en el banquito y a la noche otra vez en la cama. Cuando hace frío y estoy trabajando, me pide para subir a mi falda, pero no dura mucho porque quiere apoyar su cabeza en mi brazo. Entonces cuando lo muevo para escribir, se enoja, me muerde y vuela.
Durante la mañana, cuando estoy en casa trabajando, de repente escucho un alarido lastimero. Es la señal. Me levanto, lo busco en la habitación, donde lo encuentro acurrucado; me acerco para tocarlo y sale corriendo. Ahí comenzamos con el juego de la pelotita de papel metálico. Se agazapa en la puerta del baño, espera la pelota y la ataja o salta sin agarrarla; entonces la busca, viene corriendo y me la tira cerca para volver a la misma posición anterior.
Si tengo que salir, a medida que me visto voy y vengo de la habitación al comedor, del comedor a la habitación y siempre que me doy vuelta está atrás acompañándome o después de bañarme, me lo encuentro en la puerta esperando a que salga.
Es tierno, es juguetón, es caprichoso, es irascible, es mordedor, es mi pequeña pantera.