A veces a la noche la veía en la silla, que la miraba con las pupilas grandes. Era su ángel de la guarda que la cuidaba mientras dormía.
Un día jugando en la plaza, se enojó y la tiró contra un árbol. En seguida fue a levantarla y trató de arreglarla. Estaba un poco sucia y un rayón cruzaba su mejilla derecha.
Esa noche no quiso mirarla antes de dormirse, podía percibir de reojo la mirada dura y fría. Durante el sueño tuvo la sensación de que le faltaba el aire, como si algo le succionara su espíritu. Cuando se despertó a la mañana siguiente, comprobó que estaba en la silla de su escritorio y que no podía moverse.